BLOG LITERIO DE MARIO PÉREZ ANTOLÍN







sábado, 25 de febrero de 2012


Lo estático y lo dinámico, la función y la decoración, el icono y el paisaje… todo amalgamado en unos artefactos imprescindibles para la molienda, que rompen la horizontal monotonía de los agostados campos manchegos y que, en su mudable constelación simbólica, adoptan la forma laboriosa de la máquina constante, vistos por la razón práctica del escudero, o la forma épica del gigante desaforado, vistos por la razón fantástica del hidalgo.
“No son gigantes, sino molinos de viento”, advierte Sancho con cierta sorpresa, pues todavía no sospecha, por tratarse de una de sus primeras hazañas, hasta dónde puede llegar el torrente alucinatorio de su señor. Éste recrimina y pone en su sitio al criado utilizando dos argumentos de autoridad escolástico-feudal, el conocimiento y el valor: “Bien parece que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración”.
El lance es desigual, y ello lo hace más grandioso, porque las resonancias del drama transforman la anécdota en gesta. Las aspas giran sin percatarse del jinete estrafalario que se aproxima al galope para, encomendándose a su señora Dulcinea, en una acción heroica y desesperada, sacrificar al último representante de la caballería ante la primera industria de la era tecnológica. Una alegoría del final de la Edad Media y del inicio de la modernidad.
Tamaña desgracia sólo se explica por la intervención de sabios y encantadores, que quitan la gloria al que se la merece y ofrecen el éxito a los cobardes y fementidos. De esta manera nuestro protagonista podrá salvar la cara mediante una reducción eidética que purifique los fenómenos de su carga empírica hasta convertirlos en esencias significativas, las únicas de las que necesita dar cuenta un caballero ante su dama y ante la posteridad.
Nadie preguntó a los molinos de viento, y el autor no lo aclara, qué vieron cuando Don Quijote se abalanzaba, lanza en ristre, con el propósito de acometerlos y ensartarlos. Es muy posible que no llegaran a distinguir el porte ni la condición de su enemigo, aunque, sin duda, permanecieron imperturbables ante un intento más del hombre por destruir la realidad con la intuición categórica del pensamiento fabulado. Los personajes de novela necesitan estar rodeados de objetos que no sean novelescos para pasar de la ficción a la verdad.

jueves, 9 de febrero de 2012


La formalización produce en el conocimiento un avance generativo, en la misma medida en que el fin de su predominio permite resolver las ecuaciones del alma; de donde resulta el ser triviales aquellos asertos que convencen más con la mecánica que con la práctica.