BLOG LITERIO DE MARIO PÉREZ ANTOLÍN







miércoles, 15 de agosto de 2012

Es curioso comprobar cómo en la actual sociedad del conocimiento los depositarios de esta facultad, que en épocas pretéritas gozaban del prestigio propio de su rango, se ven relegados a una posición subalterna y con escaso reconocimiento.
El estatus requiere de la exclusividad minoritaria y la dominación jerárquica. La élite política y la oligarquía económica no han permitido la generalizada penetración en su condición y naturaleza irreductibles; no ha de extrañar, pues, que sigan gozando de la máxima valoración que se atribuye a los bienes escasos. Por el contrario, el saber o, mejor dicho, la posibilidad de saber, se ha extendido, convirtiéndose en la única vía democrática con la que romper la estratificación clasista del cuerpo social. De los atributos significativos del poder, tan sólo éste se ha escindido del núcleo fundacional para, gracias a una concesión inevitable ante las reivindicaciones de la lucha de clases, universalizarse mediante una oportunidad de promoción limitada.
Lo que antes estaba reservado a unos pocos, hoy está al alcance de casi todos; por eso, profesores, académicos o investigadores han sido desbancados del lugar preeminente que ocupaban. Ellos, que eran unos aliados en la hegemonía política, son vistos ahora con recelo al difundir una mercancía intangible, a la que puede acceder un número masivo de individuos, e impregnarse de esta obsesión igualitarista. Parece lógico, por lo tanto, que hayan caído en desgracia, perdiendo los emblemas de su autoridad en un entramado educativo ingobernable, caracterizado por el fracaso escolar y la depauperación de sus contenidos.